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Biografía de la Sierva de Dios Ascenión Sánchez

Ascensión nace en Sonseca (Toledo) en 1911, concretamente el día 15 de junio, festividad de Corpus Christi. 

Era una niña normal, traviesa, de gran inteligencia y sentido común. Hace la Primera Comunión a los 7 años. Su madre recordaría su gran devoción a la Eucaristía, ya de mayor diría “Sólo deseo una cosa: comulgar”.

Tuvo una infancia feliz, con una familia unida y unos padres excepcionales y cristianos. Serena, de buen carácter, siempre presentaba una agradable sonrisa en el rostro. Ya mayor, quienes la conocieron, comentan su dominio de temperamento. Desde 1931 reside en Villacañas, a donde es destinado su padre, notario. Tenía dos hermanas y cinco hermanos, su hermana pequeña Mª Luisa enfermó pronto y murió joven, ésta sería quien le enseñaría a vencerse y a tener vida interior. 

Los veranos los pasaba en Santander con su hermana Pilar. Allí conoce la Juventud Femenina de Acción Católica y decide fundarla en su pueblo de Villacañas con gran éxito.

En el 1936 se traslada a Santander a casa de su hermana, pero debido a la Guerra, deberán recorrer distintas localidades de España ( Yerba, Guadix, etc. ), dos de sus hermanos mueren en la contienda…pero no todo será negativo. En Santander, durante la guerra los sacerdotes continúan atendiendo a sus parroquianos en las casas. Una amiga invita a Ascensión un día a la casa de una señora, doña Paz Conde, donde acudía un sacerdote a confesar y celebrar. 

En agosto de ese año es liberado y Ascensión ve clara su vocación. La sede del Instituto se instala en la calle Sta. Clara y allí acude Ascensión a formarse, participando activamente en el apostolado de las cárceles.

Ascensión, tuvo ocasión entonces de desplegar su celo con aquellos centenares de mujeres. Tomó parte en conferencias, círculos de estudio, visitas domiciliarias, reparto de subsidios familiares por los trabajos de Redención de Penas, y se interesó por sus niños. Atendió las necesidades que dentro o fuera de la Prisión se iban presentando (…) aprendiendo a llevar a la práctica los métodos de la Obra en orden a la evangelización de los necesitados.

Ingresa en el Instituto el 8 de diciembre de 1938, junto con cuatro Cruzadas más. Fue un día de gran felicidad y fiesta para el Instituto. Meses más tarde, concretamente el 30 de marzo de 1939 Ascensión debe partir para localizar a su familia de la que se encontraba incomunicada y sin saber dónde estaba a consecuencia de la guerra. Confía en que Dios guiará sus pasos. Era un viaje duro y difícil: Santander, Salamanca, Sevilla y de allí se dirigiría a Granada. Toda una odisea y con las comunicaciones aun no establecidas. Tuvo que aceptar, para trasladarse, durante algún trayecto, un camión de soldados cargado con naranjas, y comer esta fruta como único recurso. Cuando llega a Sevilla, piensa que es conveniente comunicarse con su hermana Pilar de Santander e informarle de dónde se encontraba. Busca un edificio de Correos y cuando estaba en la cola ve a un chico que le mira y de repente cae en la cuenta:”Es Pepe, mi hermano!” ¡Cuánto les costó reconocerse! Por fin, se reúnen con sus padres y el resto de la familia, echando de menos a sus dos hermanos fallecidos en combate.

En 1940, la familia de Ascensión se traslada a Mora de Toledo. Allí Ascensión continua su labor evangelizadora (Acción Católica, catequesis, bautizos de adultos…). Se mantiene unida al Instituto a través de su correspondencia al Fundador y a la Directora.

Pero Dios le está preparando otros planes...En 1940 el Instituto es aprobado y pasa a ser de Derecho Diocesano. Meses más tarde, se ofrece a la Cruzada Evangélica la posibilidad de asumir la labor penitenciaria de la prisión y abrir una Residencia para las mujeres que salgan de la cárcel. Parecía un imposible realizarlo, pero D. Doroteo escribe al padre de Ascensión rogándole permitiera a su hija dirigir el Albergue. Su padre con toda generosidad accede deseoso de colaborar a que el lema de la Cruzada “Todo por Jesús y por las almas” se haga realidad.

Ascensión se siente confundida ante la inmensa tarea que se le presenta pero con total docilidad escribe al Padre y su actitud se resume en una frase de su carta al Fundador: “A sus órdenes, Padre, y Dios proveerá”. 

La noche del 16 de febrero de 1941 es trágica en Santander. Gran parte de la ciudad queda arrasada por el fuego. La pequeña sede del Instituto queda destruida. El Padre Fundador se queda sin casa al igual que muchas cruzadas. Pero sobreponiéndose a tan gran sufrimiento, el Padre viaja a Madrid para entrevistarse con el Señor Obispo Eijo y Garay y hablar de la fundación. El Señor Obispo les recomienda: "Háganlo y cuanto antes. Desde que fui Obispo de Madrid, vi esa necesidad”.

 Ascensión pasa una breve temporada en Mora y Santander antes de partir definitivamente para Madrid. En ambos lugares le preparan una despedida llena de cariño y atenciones.

Con gran sacrificio pero ilusionada en cumplir la misión encomendada, se prepara la inauguración del Albergue. Hay un detalle importantísimo para Ascensión y que refleja su gran devoción eucarística: el deseo de que haya Sagrario en la casa. Se entrevista con el Vicario General y tras la conversación, comenta: ¿Qué pasará?..."No me resigno a no tenerlo”.

El día 12 de junio de 1941, día del Corpus Christi, y cumpleaños de Ascensión, se inaugura el Albergue de la Merced. ¡Cuánto agradeció al Señor esta delicada y providencial coincidencia! Con el Sagrario en casa, estaba tranquila a pesar de prever sorpresas y dificultades normales en la tarea que emprendía. 

Ascensión se pone manos a la obra con ilusión, nos figuramos con qué empeño pediría un “corazón de madre” que el propio Fundador le había recomendado. Ella misma describe la tarea en 1942: “Y con sus tragedias, sus problemas, sus dolores, han ido desfilando…cerca de doscientas mujeres castellanas, andaluzas, manchegas, extremeñas, valencianas, catalanas, montañesas, gallegas. De todas las regiones de España pasaron por aquí”.

Algunas mujeres comienzan a instruirse en la doctrina cristiana, algunas se casan o bautizan, etc. Destaca la abjuración pública de la ex-diputada socialista Regina García.

Las cruzadas que convivieron con Ascensión destacan su virtud atrayente y asequible.Sabía compaginar la caridad y la firmeza. Como se cumpliría después, alguna vez comentó que sería la primera cruzada que moriría. Se notaba en las madres la lucha que había en ellas entre el bien y el mal, a algunas era difícil encauzarlas hacia el bien…todo esto hacía decir a Ascensión: “El ejercicio de un apostolado ingrato, me une más a Jesús y me despega más del mundo, que otro apostolado más fácil. Es superior a mí, pero ¿no conseguiré las fuerzas suficientes a costa de vida interior y santidad?” y en otra ocasión escribe: “Cada vez me doy más cuenta de que para hacer algo, hay que ser santas”.

En 1942 hace su consagración temporal. Alguien le pregunta qué petición había hecho en ese momento y ella responde sencillamente: “¿Qué cuál ha sido hoy mi petición? Pues aquello de Jesús: -Que no se pierda ninguno de los que me diste”. Como de costumbre, se había olvidado de si, para poner en primer plano aquellas chicas del Albergue que tanto quería. Recuperada de su enfermedad, Ascensión retoma la dirección de la Residencia con nuevo entusiasmo. Este tiempo le ha valido para hacer examen y ver aspectos a mejorar.

Ahora, Ascensión se vuelca en la tarea, ve urgente que el trabajo sea serio, como uno de los elementos básicos de la recuperación y reinserción social de las chicas. Se inicias nuevas tareas de formación y se imparten cursos. La benéfica influencia de Ascensión se nota en las chicas y se logra un pequeño grupo que empieza a hacer un rato de oración cada día. Hay otros casos difíciles que le llevan a orar más y a sacrificarse. En las notas que pasa al Padre a veces se observa este detalle: “Hice penitencia”. Al mismo tiempo, en el plano espiritual, Ascensión refleja su estado en sus cartas: sigue teniendo a Dios “muy lejos” como dice ella, cree que le falta espiritualidad y teme ocuparse demasiado de lo externo descuidando el espíritu, con un bajo concepto de si misma…sin embargo, no pierde los deseos de perfección y de unirse a Dios constantemente.

Tras pasar una breve estancia en Santander, en el verano de 1944, a su regreso le llegan noticias de Mora de Toledo, donde se encontraban sus padres. Le comunican que su padre se encuentra enfermo. Al año siguiente, al agravarse más su salud, acude Ascensión. Dentro del dolor natural, ofrece al Señor este sacrificio de su pérdida. Ella misma destaca que le impresionó ver a su familia tan unida en la aceptación de la voluntad de Dios.

Es de notar que las Cruzadas que conviven con Ascensión durante estos tiempos recuerdan un comentario que hizo alguna vez: que sería la primera cruzada que moriría. Lógicamente, no se le dio más trascendencia pero resultó ser cierto posteriormente. 

El 24 de febrero de 1946 es para el Instituto una fecha importante: Se celebra el Decreto de Erección del Instituto en Santander, y además la inauguración de la Casa de Formación. Ascensión participa de la alegría desde Madrid e indica en sus escritos: “Nos considerábamos obligadas a superarnos en el trabajo y el espíritu de pobreza, para librar a la Institución lo antes posible del peso de la hipoteca”.

Se da un contraste grande en su etapa final. Mientras los demás ver a Ascensión que crece por días en espiritualidad, ella siente una gran desolación. Se siente poca cosa y que no logra ser como Dios querría. Esta divergencia entre lo que dice y lo que todas las cruzadas veían puede deberse quizá a la mayor cercanía de Dios que hace ver con mayor claridad nuestras miserias.

Hay otros casos difíciles que le llevan a orar más y a sacrificarse. En las notas que pasa al Padre a veces se observa este detalle: “Hice penitencia”. Al mismo tiempo, en el plano espiritual, Ascensión refleja su estado en sus cartas: sigue teniendo a Dios “muy lejos” como dice ella, cree que le falta espiritualidad y teme ocuparse demasiado de lo externo descuidando el espíritu, con un bajo concepto de si misma…sin embargo, no pierde los deseos de perfección y de unirse a Dios constantemente. 

Tras pasar una breve estancia en Santander, en el verano de 1944, a su regreso le llegan noticias de Mora de Toledo, donde se encontraban sus padres. Le comunican que su padre se encuentra enfermo. Al año siguiente, al agravarse más su salud, acude Ascensión. Dentro del dolor natural, ofrece al Señor este sacrificio de su pérdida. Ella misma destaca que le impresionó ver a su familia tan unida en la aceptación de la voluntad de Dios.

Es de notar que las Cruzadas que conviven con Ascensión durante estos tiempos recuerdan un comentario que hizo alguna vez: que sería la primera cruzada que moriría. Lógicamente, no se le dio más trascendencia pero resultó ser cierto posteriormente.

Si todas son un gran tesoro, sus últimas cartas aun parecen más. Su autora está en la carrera a punto de alcanzar el premio.

Se acerca la fecha de su consagración perpetua y desea estar preparada: procura vivir con más devoción, especialmente todo lo referido a la Eucaristía y como ella misma indica “queriendo aprovecharme de ese medio para alabar al Señor, agradarle, desagraviarle,  interceder por las almas, sobre todo, y más especialmente, las de las cruzadas y chicas de esta Casa”.

Comienza ahora una época difícil para Ascensión: su hora de prueba.

Por de pronto, la salud de Ascensión se deteriora y presenta un cuadro que diagnostica el médico de pulmonía  que en aquel entonces era enfermedad grave. Junto a esto son momentos de dificultades externas: opiniones sobre su actuación en El Albergue, quejas que percibe de los organismos oficiales que parecen descontentos, ideas pesimistas, etc.

Por su situación de enfermedad, la Directora General se marchó inmediatamente a Madrid para ayudar a cuidarla. Era el 3 de mayo de 1943. La enferma tenía fiebre muy alta y fatiga. A la pregunta obligada:- ¿Cómo estás? Contesta Ascensión: 

“Bien, he pensado si debía ofrecer ya mi vida al Señor; pero después he pensado que no disponía de ella, ya que al venir a la Institución por el voto de pobreza todo es suyo y no puedo ya disponer de nada, ni de la vida". Después de sopesar diferentes posibilidades, se envía a Ascensión a un lugar donde pueda respirar aire de altura, concretamente Reinosa y pasa una temporada en el Asilo que tienen allí las Hijas de la Caridad. Es una época de reposo, que puede dedicar más a la oración aunque lógicamente le produce dolor verse alejada de las preocupaciones del Instituto, se siente poco útil para la Institución y teme causar preocupación y disgustos. 

A su regreso, escribe una emotiva carta en la que expresa al Padre su agradecimiento por haber realizado la Obra con tantos dolores, sufrimientos y disgustos.

Se logra que Ascensión pueda hacer un alto y regresar a Madrid en un breve viaje. El motivo es de gran alegría: El Padre Fundador hace entrega del Reglamento y Constituciones recientemente aprobadas y quiere que Ascensión esté presente. Se trata de un sencillo acto y ese mismo día a la noche regresa nuevamente a Santander para continuar el régimen impuesto por el doctor.

En otra carta comprobamos su sentimiento de oscuridad y deseo de perfección:“Ahora creo que ha llegado el tiempo de ahondar y de aprovechar espiritualmente…Así lo deseo y propongo: Conocer y amar más a Dios. Sigo insensible con la impresión de encontrarme muy lejos de Dios, peo pienso que si yo pongo de mi parte todo lo que pueda, El hará lo demás, aunque no lo note. Este es mi idea dominante convencida de que si me lleno de Dios será la mejor manera de servir a la Institución y hacer la voluntad de Dios”.

El 31 de julio de ese año llega otra gran noticia para el Instituto: se trata de un paso más, su erección canónica en la Diócesis. A la noticia, reacciona Ascensión con un ”Bendito sea Dios” muy sentido.

Por fin el 26 de agosto, con gran mejoría física, abandona Ascensión Reinosa y pasa unas semanas en Santander, antes de su regreso a Madrid.

 En pocos meses, las cruzadas que convivían con Ascensión notaron su deterioro físico. A finales de julio de 1946, Ascensión se encontraba muy agotada y delgada. El médico indica un trastorno intestinal infeccioso pero es en agosto cuando le diagnostican tifus. Había epidemia en Madrid. Era necesario ingresar a Ascensión en el Hospital del Rey. Hablando con la Directora, le confió “que estaba muy tranquila, que se lo dijera al Padre. Había dicho al Señor, de veras, que estaba conforme”. Ascensión contaría más tarde que cuando abandonó el Albergue, le pareció escuchar esta frase que le confortó, “Este es el día de tu triunfo”. También en una carta al Padre fundador, de pocas semanas anteriores, le escribía que el Señor iba a pedirle cosas muy duras y ella la había aceptado.“¡Qué delicia ser cruzada!”.

Ascensión debía quedar sola durante mucho tiempo. A veces dejaban verla a través de los cristales, o desde el pasillo, entreabierta la puerta de la habitación. En agosto por la fiesta de la Asunción, le llevan el cuadro de la Virgen que tenía en su habitación. Se ve que practicaba el esconderse en brazos de la Madre con todas las debilidades y miserias.  Un día envió una pequeña nota para la Directora. En ella estas breves palabras que reflejaban su magnífico estado espiritual y su amor a la vocación: “¡Qué delicia ser cruzada!”.

Los días que sucedieron fueron muy duros para Ascensión pero su paz y serenidad llamaba la atención. Se puede decir que a Ascensión siempre la caracterizó el procurar aprovechar las ocasiones para crecer en amor a Dios y al prójimo. Ya en el hospital indica a la Directora cómo le parecía que no podía con una prueba tan dura, pero luego rectifica y dice al Señor ”que no quería perder ni un minuto, y he procurado no perderlo”.

Una de las últimas frases que se le escuchan es: “Señor, lo que quieras, cuando quieras, como quieras, dónde quieras, pero con tu gracia. Sola ni un paso.”

Sus últimas palabras se dirigen a la Virgen, contestando a la jaculatoria: “Rogad por nosotros…que recurrimos… a Vos”.

Tenía 35 años. Su madre y el Padre Fundador  iban de camino hacia Madrid. Cuando llegan ya había fallecido. Fueron momentos muy dolorosos, acudiendo mucha gente a despedirla y rezar, también las chicas del Albergue. El Padre estaba hondamente afectado a pesar de su serenidad; la Directora General también pero  reinaba un convencimiento íntimo: que era Dios quien había dispuesto que, con Ascensión, en el Instituto había brotado la primera flor para el cielo. Y esto hacía recordar las palabras de Jesús: “Si el grano de trigo cae en la tierra y muere, entonces produce fruto abundante.”

 

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