San Jose Divino esposo

Zdzislaw J. Kijas, OfmConv., 

Roma 19.03.2021 


Estamos cansados de palabras que mienten o esconden la realidad. Ya tenemos demasiadas; existe una sobreproducción de palabras carentes de significado, que acompañan e impiden el crecimiento del amor y del sentimiento de responsabilidad, debido a lo que dicen y prometen. Necesitamos de alguien que posea los rasgos del buen padre: que hable poco y haga mucho, que esté dispuesto a proteger, custodiar y consolar; que permanezca siempre a nuestro lado, que no nos dé la espalda y no nos abandone, sino que siga y acompañe nuestros pasos. Necesitamos un padre. El mundo contemporáneo necesita urgentemente de la figura paterna.

Mientras pensamos en todo esto recordamos la figura de Dios como Padre, cuya actitud hacia Israel Moisés la describe así: “…en el desierto, donde tú viste que el Señor, tu Dios, te conducía como un padre conduce a su hijo, a lo largo de todo el camino …” (Dt 1, 31). El Papa Francisco lo menciona en la Carta Apostólica Patris Corde (PC), publicada el 8 de diciembre de 2020. En ella leemos: “Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él. En la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo parecen no tener padre. También la Iglesia de hoy en día necesita padres. La amonestación dirigida por san Pablo a los Corintios es siempre oportuna: «Podrán tener diez mil instructores, pero padres no tienen muchos» (1 Co 4,15); y cada sacerdote u obispo debería poder decir como el Apóstol: «Fui yo quien los engendré para Cristo al anunciarles el Evangelio» (ibíd.). Y a los Gálatas les dice: «Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (4,19)” (PC n. 7).

Cuando carecemos de un padre nos sentimos huérfanos; cuando carecemos de una guía cierta, vivimos perdidos en los problemas del mundo contemporáneo; no sabemos qué hacer ni cómo comportarnos, o qué camino tomar. Y tampoco somos capaces de educar. No sabemos cómo hacer para que las personas puedan tomar decisiones libremente y permanecer coherentes, no sabemos qué cosa sea el amor auténtico o la verdadera libertad. El Padre celestial, lleno de misericordia, nos da entonces como custodio y guardián a San José, esposo de la Santísima Virgen María. Los escritores inspirados coinciden en enseñarnos cómo él nunca se colocó a sí mismo en el centro, sino que siempre ante puso el bien de los demás, el de María y Jesús. Se donó a sí mismo, sin sentirse víctima por ello. No sentía frustración sino, al contrario, confianza. Cumplía gestos concretos de amor, servicio y dedicación sin quejarse.

El mundo contemporáneo necesita absolutamente de un padre. Espera encontrarlo en los sacerdotes o en los consagrados. “El mundo –dice el Papa Francisco- […] rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción” (PC n. 7). [...]  

San José quiere que le sirvamos con amor puro y desinteresado, respetando su dignidad y libertad, cuidando de su bienestar terrenal y eterno. Él nos enseña que las personas confiadas a nuestro cuidado no son propiedad nuestra, sino un regalo de Dios y un medio para nuestra santificación.

“En cierto sentido, todos nos encontramos en la condición de José: sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo” (PC n. 7).

San José antepuso los hechos a las palabras: más que hablar actuaba. No se perdía en declaraciones altisonantes, sino que cumplía con celo la voluntad de Dios. Obedeciendo las inspiraciones celestiales, fue adonde Dios lo había mandado, cumpliendo con amor el quehacer que Dios le había pedido.

En este año de San José, dirijámonos a él con esta profunda oración:

Salve, custodio del Redentor

y esposo de la Virgen María.

A ti Dios confió a su Hijo,

en ti María depositó su confianza,

contigo Cristo se forjó como hombre.

Oh, bienaventurado José,

muéstrate padre también a nosotros

y guíanos en el camino de la vida.

Concédenos gracia, misericordia y valentía,

y defiéndenos de todo mal. Amén.

 

Fuente: www.ofmconv.org