Testimonio de don José Manuel Ortiz, sacerdote de Santander sobre el sacerdocio del Venerable Doroteo Hernández Vera.

 

 

Le recuerdo con un enorme agradecimiento, pues por encima de ser profesor era un verdadero sacerdote que inspiraba un amor muy entregado a la Iglesia, pero una Iglesia encarnada en la vida y en los más sencillos. Esto lo acentuaba en la entrega a los presos, las madres solteras, mujeres marginadas y todo tipo de seres humanos necesitados.

         Toda su presentación era un estudio respetuoso, sobre la dignidad del ser humano, matizando siempre, la presencia viva de Jesús en los hombres más marcados por el sufrimiento de la vida. Esto se transparentaba en él, por medio de una profunda fe y espiritualidad sacerdotal, que me ayudó mucho a ser sacerdote de los pobres y para los pobres. Los pobres eran para él el tesoro de Dios. Su vida y su persona espiraban una auténtica confianza, nunca manifestó un rayo de enfado ni de mal humos. Sólo se apreciaba en su rostro la sonrisa de un hombre lleno de Dios.  Siempre nos enseñaba una fidelidad y confianza en la Iglesia, un amor al Santo Padre y una obediencia a nuestros obispos, representantes de los apóstoles.

          Era sacerdote incansable de trabajar, dedicado a los demás con una entrega de escucha y atención, no tenía prisa cuando hablaba a los seminaristas. Siempre estaba rodeado de ellos. Y traslucía un sacerdocio que pisaba tierra y estaba metido entre la masa de esta vida, así podía ser testigo vivo del evangelio y llevar a muchas personas, no solo el remedio material sino el encontrarse consigo mismo y ser útil en la vida ya que Dios los ama con amor de Padre.

              Era un sacerdote que no llamaba la atención, no le gustaban los primeros puestos, su vida era un encuentro con los demás y siempre te dejaba ese buen sabor para ir adelante y conocer el mundo en su auténtica realidad. Esto a mí me ayudó a no salir del Seminario con idealismo y fantasías, sino dándome cuenta que el sacerdote para los demás y su vida se desgastará a favor de los demás.

              Por eso había que identificarse con Jesucristo y llegar a enamorarse de Él, pero para ello era imprescindible una fuerte y auténtica vida de oración y escucha atenta de la palabra de Dios. Que poco a poco nos iba dejando en el alma esa paz y sosiego que deja Jesucristo cuando intimamos con Él. (…)

              Esto es lo que con mucho gusto puedo aportar de la vida de D. Doroteo. Le pido, que siga alentando a las Cruzadas, para que no falten vocaciones y para mí que a veces me encuentro muy cansado, un amor filial a Jesucristo y un darme por entero al evangelio, para que las personas, tan desorientadas en este mundo, puedan beber del agua viva de Jesucristo. Y que en la Iglesia no falten sacerdotes santos para la evangelización y la vivencia del reino de Dios.

 

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