Lo primero que hemos de pensar en la Pasión del Señor es lo caros que a Cristo le han costado nuestros pecados, los de todo el mundo y los nuestros personales.
Si buscamos la razón, la causa inmediata por la cual padece Cristo, no es otra que el pecado. Sino hubiera habido pecado en el mundo Cristo no hubiera padecido. Este pecado es el de Adán ciertamente, pero además de Adán, ¡que pocos son los miembros de la familia humana que no han pecado! Y no sólo los hombres en general sino también los cristianos, y quiera Dios que no nos tengamos que espantar en el día del juicio de los pecados de las almas consagradas. Hemos pecado cada uno, yo... tu... La Razón inmediata de padecer Cristo es el pecado de los hombres.
Vayamos a casa de Anás, de Caifás, y veamos a Jesucristo en vilipendio, tratado con menosprecio, sarcásticamente; ¡somos tan soberbios! ¡tenemos tanto amor propio! que Cristo quiso curarlo.
Y luego en torno al Pretorio de Pilatos, ¡cuánto padeció!
Primero, la injuria de declararlo inocente y sin embargo, condenarlo; segundo, mandarle azotar a pesar de ser inocente; tercero, dejar que la soldadesca abusará de Él, y cuarto, entregarlo en manos de los judíos para que hicieran de Él lo que quisieran.
En casa de Herodes, este le pregunta soberbio, curioso despectivo...la coronación de la injuria sabemos fue...¡vestirle de loco!... Pobre Jesús... La sabiduría del Padre tenido por loco. Es que quería curarnos de nuestras locas sabidurías ¡ estamos tan pagados de lo poco que sabemos! Quiso curarnos de todo lo intento excesivo de justificarnos, cuando no es posible, o no conviene para la gloria de Dios.
Al fin Jesús carga con la cruz, y después de caer y luchar con la muerte, sube al Calvario, y le levantan en alto y le ofenden, y se ve solo y desamparado de Dios y de los hombres. Siente sobre sí el peso abrumador de todos los pecados del mundo; y a pesar de tanto sufrimiento, llama Padre a Dios y vuelve los ojos a Él para entregarle su espíritu; con todo esto, está pagando el pecado. Damos poca importancia al pecado. He pecado y, ¿que me ha ocurrido? dicen por ahí la gentes.
Hablando de pecados veniales, ¿no somos capaces de decir esto también nosotros, aunque no sea tan claramente? Pues el Redentor ha tenido que pagar mis ligerezas y las tuyas, mis pecados y los tuyos. Son pecado ni hubiera padecido. Cuando le vemos en sus imágenes, podemos decir: «por mi, por mi pecado. No fue sólo el sayón que le pegó en la cara, ni los que le coronaron, ni los que le clavaron, ni el que le abrió el costado: también nosotros pusimos las manos en Cristo.» Siempre que hemos pecado, hemos cooperado a la acción de aquellos sayones, de aquel al que le dijo Jesús: «Si he obrado mal demuéstrame en qué; y si he hablado bien ¿por qué me pegas?
Con más razón, cuando pecamos puede decirnos Jesús: ¿Qué te he hecho? ¿por qué me hieres? ¡¿por qué contribuyes a aquellos dolores?! Pues para mi todo está presente, tus pecados, tus debilidades, tus caprichos caían sobre mí como una bofetada, me clavaban con los clavos, me punzaban como las espinas... He aquí una primera consideración general sobre la Pasión: debe servirnos para dolernos de nuestros pecados.