Comulgamos cada día, pero no vivimos de la Eucaristía.
HORA SANTA
1º El último día de vida mortal de Jesús es día de beneficios sin cuento, de amor inmenso hacia los hombres.
2º La última noche mortal de Jesús es de ingratitud también inmensa de los hombres para con El.
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1º Vamos a contemplar el beneficio de los beneficios de Jesús en esta tarde: LA EUCARISTÍA.
Ya sabemos que como San Juan se propuso al escribir su Evangelio completar los tres sinópticos, aunque tiene el Sermón de la Cena y el Lavatorio de los pies no habla de la Institución de la Eucaristía, ya que San Mateo, San Marcos y San Lucas la habían referido. Vamos, pues, a fijarnos en S. Lucas, que es el que mejor trae esto, para mi gusto:
“Llegó el día de los Ácimos en que debía inmolarse la Pascua. Y Jesús envió a Pedro y a Juan diciendo: -Id a prepararnos para comer la Pascua. Ellos le dijeron: -¿Dónde quieres que la preparemos? Les dijo: -Al entrar en la ciudad encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle a la casa donde entre, y decís al dueño de la casa: El Maestro te dice: ¿Dónde está la sala para comer la Pascua con mis discípulos? Y él os mostrará, en el piso, una habitación grande y alfombrada; haced allí los preparativos. Ellos fueron y encontraron todo como les había dicho; y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con sus discípulos y les dijo: -Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer. Porque os digo que no la comeré más hasta su cumplimiento en el Reino de Dios. Tomando entonces un cáliz y dando gracias dijo: -Tomadlo y repartidlo entre vosotros. Pues os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta que llegue al Reino de Dios. Después tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: -Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía.
Y de la misma manera tomó el cáliz, después de la Cena, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre que es derramada por vosotros. Pero mirad la mano del que me entrega está conmigo en esta mesa. Porque el Hijo del hombre se va según lo decretado; pero ¡ay del hombre el que iba quién de ellos sería el que iba a hacer aquello” (Lc. 22,1; 7,23)
Fijémonos, concretamente, de todo esto, en estos dos versículos: “Después tomó el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: -Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. Y de la misma manera el cáliz después de la cena diciendo: -Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre que es derramada por vosotros” (Lc. 22, 19-20).
¡Qué palabras estas nunca bastante bien comprendidas ni meditadas! “¡Este es mi Cuerpo: Tomad y comed!” ¡Tomad y bebed! ¡Esta es mi sangre!.
Dice san Juan en su Evangelio que Jesús “habiendo amado a los hombres les amó “hasta el fin”. Ante la Institución de la Eucaristía no se puede dudar que eso es ciertísimo. Sólo por amor, podría quedarse con nosotros. Por otra cosa ¡para qué! ¡Dios no nos necesita para nada! Pero ¡qué amor tan grande, verdaderamente divino, y qué honor para el hombre ruin y miserable, ser así amado!
Fue una maravilla de amor la Encarnación, el vivir vida oscura en Nazaret, el fatigarse predicando, pero ninguna como esta de la Eucaristía.
Hay un Salmo que dice que Dios estuvo repasando qué darnos y como todo le parecía poco, como Padre amantísimo que no sabe qué dar a sus hijos más preciados se nos dio a Si mismo en comida… ¡Quién pudiera pensarlo!
Distinguen los autores dos clases de dones o regalos: consumibles, que se consumen con el uso, se destruyen o desaparecen, y no consumibles, (una casa). Jesús podía habernos dado un precioso don y no consumible, que con una vez bastara… A nosotros nos gusta que cuando hemos regalado algo a un amigo nos lo enseñe cuando le visitamos… lo conserve cuidadosamente. En la Eucaristía, Cristo se nos da en comida y como tal pasa a formar un todo con nosotros desapareciendo. Su don pues, ha de repetirse… Un motivo más que agradecer; no se nos da un día, ni una vez; todos los días si queremos…
A todo se acostumbra uno, y también a comulgar… Quizá hace algún tiempo que comulgamos por rutina, y hacemos de la Comunión de cada día un acto más, debiendo ser el principal.
En la Eucaristía Cristo se nos da TODO. Ya hubiera sido gran suerte para nosotros si nos hubiera dado su Santísimo Cuerpo o su Sangre preciosa. Pero no: TODO, cuerpo, sangre, alma y divinidad. TODO. Y pensaría al hacerlo en los sacrilegios, en el olvido en que le dejaríamos en los sagrarios, en las profanaciones, en las comuniones rutinarias… y a pesar de ello, se nos entrega totalmente. Almas tacañas, Jesús se nos da todo, ¿pudo hacer más de lo que hizo? ¿Y nosotros? Aquí en la tierra se dice que “amor con amor se paga”. ¿Nos damos todos a Jesús? O ¿le damos un poco de nosotros, lo que no nos duele, lo que no nos cuesta, lo que queremos darle?...
2º La última noche mortal de Jesús es de ingratitud y desamor también inmensos de los hombres para con Él.
Y no vamos a hablar de los pecados del Sanedrín ni de Herodes, no de los que le azotaron y escupieron. Son pecados demasiado grandes… Nosotros, por la misericordia de Dios no somos del Sanedrín ni de aquellos… Vamos a considerar el pecado de los Apóstoles, que seguramente causó más pena a Jesús que el de los otros. En estos quizá nos veamos retratados…
Acababan los Apóstoles de comulgar… Jesús después les había hablado con acento de ternura infinita… “Hijitos míos: Permaneced en mi amor que yo permaneceré en vosotros. Al modo que mi Padre me amó, así también os he amado Yo”. Nunca les había Jesús hablado así ¿Cómo corresponden los Apóstoles? Judas le entrega, Pedro le niega, los demás le abandonan…
Judas había sido alma selecta, el mismo Jesús le escogió. En aquella noche, poco antes de entregarle le distingue con pruebas de amistad. Cenando, le da un poco de su pan mojado, ni más ni menos que se hace con alguien a quien queremos obsequiar. ¡Qué delicadeza! Después le dice: “Amigo”, y se deja besar. Esta escena causa gran repugnancia: ¡Besar Judas a Jesús! ¿Cómo llegó Judas a esta degradación de entregar al Maestro a la muerte? Poco apoco. Despreciando pequeñas ocasiones, toques de la gracia. Pero no es él solo. En el Huerto, los selectos de los selectos, Pedro, Santiago y Juan se duermen. Podía haberles dicho el Señor: “Pero ¿tu, Pedro? ¿No fuiste el elegido por Mi para cabeza de la Iglesia? ¿Tu, Santiago, a quien he distinguido? ¿Tu, Juan, a quien tanto amo? ¿Es posible? Los otros huyeron, o lo seguían, “de lejos”. ¡Qué grabado debieron tener este “de lejos”, toda la vida los Apóstoles! Todavía hay un rasgo de hombría divina: Jesús, al prenderle dice: -Si me buscáis a Mi, dejad ir a éstos. ¡Aun los defiende!
Y otra pena grande de Jesús aquella tarde: la negación de Pedro. ¡Cuánta pena tuvo que suponer para Jesús la negación de Pedro! Le había escogido, le había erigido en autoridad sobre los otros Apóstoles, y unos momentos antes Pedro había prometido seguirle dondequiera que fuese. Sin embargo no tiene valor para confesarle, y delante de una mujerzuela contesta temblando: “No conozco tal hombre… Y así tres veces y con juramento. Pero refiere el Evangelio que aquella misma noche ante la mirada de Jesús llora amargamente y se arrepiente de su pecado… La primera mirada del Señor le elige para cabeza de la Iglesia: “Simón, -le dice al verle- tú serás llamado Pedro, y la última le convierte. ¡Qué mirada sería aquella para cambiarle en un instante! ¿De indignación, de perdón, de compasión? No lo sabemos.
En la historia de nuestra vida ha habido días de promesas solemnes, de entrega, que como Pedro hemos prometido seguir al Señor dondequiera que fuese. Y quizá también como él le hemos negado después, no tres veces, sino tres docenas de veces, ¡qué sé yo!... ¿Ha sido así? Cuántas veces hemos dicho: “Señor, en adelante todos tuyos”… En el día de nuestro Bautismo, fueron nuestros padrinos quienes lo dijeron por nosotros. En la Primera Comunión, nosotros mismos. En la profesión, por los votos las religiosas, o de otra manera lo hemos dicho, y luego…
Rectifiquemos esta tarde nuestra conducta, renovemos nuestras promesas y no con la audacia de Pedro, sino con humildad profunda, ante tanto amor como nos demuestra, y ante tanta ingratitud de los hombres, que hoy como ayer le ofenden, démosle lo que nos pida con generosidad.
Jueves Santo, 1941
Capilla de las RR. Mercedarias