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Fiesta de la Santísima Trinidad

Pongámonos en la presencia de Dios nuestro Señor.

 

Supliquémosle la gracia de hacer esta meditación con humildad de entendimiento, y con fervor de corazón.

 

Acudamos a la Santísima Virgen. 

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 Voy a daros unos puntos de meditación  sobre la utilidad que tiene el misterio de la Santísima Trinidad para el alma. 

 

Vistas las cosas superficialmente, todo esto ¿para qué sirve al alma? ¿Para qué la admiración de un misterio tan insondable e incomprensible?

 

En primer lugar, de la revelación del misterio  de la Santísima Trinidad se deduce lo sublime que es Dios,  lo incomprensible que es Dios por la mente humana.

 

Si Dios fuera una cosa tan simple en su concepción, cualquier inteligencia entendería su esencia. 

 

Sin duda que a Adán le fue revelado este misterio, siquiera de una manera sencilla, pues la tentación estuvo en aquello de «seréis semejantes a Dios.»

 

El misterio, tal como lo tenemos los cristianos, ayuda a formar un concepto de lo que es Dios. Cuando nos enseñan un cuadro de grandes personajes o reyes..., joya de siglos pretéritos apreciamos que es cosa rica, real, que merece la historia que tiene, pero no lo comprendemos porque no somos peritos; pues de alguna manera  la sabiduría de Dios ha descorrido un poco el velo de la esencia divina, de la dignidad divina, y aunque no lo comprendemos, sí se sigue alguna gloria para Dios. ¡Que duda cabe que el misterio de la Santísima Trinidad ha servido para que haya herejes!, pero también este mismo misterio ha servido para que las almas más fieles a Dios, hayan hecho ante este  misterio de Dios Uno y Trino, actos que suponen una verdadera gloria de Dios y si toda fe es el obsequio prestado a Dios, este misterio tan insondable, presta más gloria externa a Dios nuestro Señor, que otros. 

 

No vayamos a mirar solo a nuestro utilitarismo, sino a la gloria que se sigue para Dios. Siempre supone conocer algún rasgo de la vida de algunos personajes; de una manera semejante,  que se nos hayan dicho algunas cosas aunque otras hayan quedado en el misterio, comprendemos la Unidad de Dios, y si no podemos comprender la Trinidad de las Personas en Dios, esto es de mucha gloria para Dios. 

 

Tenemos un concepto muy equivocado de lo que es la espiritualidad cristiana, muy utilitarista de la fe y de la Religión. Nos quejamos de que los otros digan que no sirve para comer, y sin embargo vamos buscando, a veces, una cosa meramente utilitarista.  

 

No hace falta que te sirvan a ti, debe servir para gloria de Dios, es para lo primero que tiene que servir la Religión. No seamos egoístas, no queramos tener a Dios a nuestro servicio. Que queremos tener a Dios para que Él nos sirva a nosotros es concepto equivocado.

 

Y la gloria de Dios en este misterio sublime se manifiesta: una naturaleza, tres Personas. Una esencia, tres Personas, ¡un solo Dios, tres Personas! ¡Qué insondable, qué sublime!

 

Se queda extasiada la mente, y pasaría toda la vida extasiada, mirando al cielo: Uno y Trino; Trino pero Uno. Y nunca comprenderemos este misterio. Solo en Él podemos dar mucha gloria a Dios, ofreciendo a Dios este obsequio. 

 

Parece que la Religión es solo para pedir. ¿Que qué vamos a hacer más que pedir? 

 

 Sí, pidamos porque Dios es infinitamente poderoso. Pidamos al Señor favores, y gracias espirituales y temporales, pero cuando nos parezca que hemos hecho todo, nos queda lo principal por hacer: que es pedir para Dios, toda alabanza.

 

En el Padre Nuestro que nos enseñó Jesucristo, lo primero es pedir, «santificado sea tu nombres, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad».

 

Esto es un deber que tenemos. La razón de nuestra vida es esta: quedarnos un poco extáticos ante la consideración de Dios Trino y Uno, Uno y Trino.  Con  eso damos gloria a Dios en lo más íntimo de nuestra alma, de nuestro corazón. 

 

Pero es que además de esta gloria, y de este culto a la santísima Trinidad, se siguen grandes beneficios para nuestra alma: un gran bien para nosotros. 

 

Y una vez que hemos humillado la soberbia de nuestra inteligencia, pues Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia, después de humillarnos, estamos en condiciones de esperar de Dios porque Él no espera, ¡nada ha de recibir!  y con tal de que no pidamos disparates,  nos dará lo que le pidamos y cuando pidamos la  bienaventuranza y la gracia mediante la cual hemos de conseguirla, nos la dará; y cuando pidamos el remedio de nuestros males, si lo pedimos con verdadera fe y esperanza, nos lo dará. 

 

Y después de creer y de esperar, hemos de hacer actos de adoración de los que se siguen gloria para Dios. ¡Dichosa el alma que hace profundos actos de adoración! 

 

Que esta es verdadera oración, verdadera piedad, verdadera religión, y de ahí vienen a la persona muchas gracias, de esa verdadera adoración, de ese rendimiento total de nuestro ser, ante el Sumo Dios. ¡Te adoro, oh  Dios!

 

¡Qué duda cabe que es una virtud la humildad, la pureza, la obediencia, la pobreza! si, todo eso son virtudes, pero la virtud de la adoración son los actos repetidos que dejan hábito. 

 

Cuando doblamos la rodilla, -no cuando hacemos una mueca-  y repetimos de veras el ¡Gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo! Cuando esto hacemos, practicamos una de las virtudes más esenciales, virtud que recoge la fe en su síntesis, la esperanza en todo lo que tiene de grande, y la fe y la esperanza, reclaman el amor.  

 

No sé si es la fe o la esperanza o la humildad de entendimiento las que llevan al alma, a un rendimiento total, o es el amor de Dios el que nos lleva a humillarnos a anonadarnos al vernos nada delante de Dios, pequeñitos, insignificantes, indignos de Dios.

 

Porque cuando esto hace el alma lo hace porque ama y a la vez anida en ella el  amor  de Dios. 

 

Todo lo que vamos diciendo es de gran utilidad para la gloria de Dios y bien del alma, pues el acto de adoración es la síntesis de todas las virtudes y fundamento de otras. Y al alma que adora con ese verdadero concepto de admiración, le vienen infinidad de Bienes, pues al fin y al cabo el acto de adoración es el acto de humildad más profundo. 

 

A aquel dará el Señor muchas gracias: a quien le adore en espíritu y en verdad  y en espíritu y en verdad se puede adorar a Dios en todo lugar, no solo en el templo, ni solo al pasar delante del templo sino en todo lugar. 

 

No solo en el cielo, sino que está Dios, también en las estrellas que cantan la gloria de Dios. El campo es un pequeño canto de la inmensidad de Dios, el mar no digamos, las flores del campo, la verdura de las praderas, la blancura de la nieve en invierno, la variedad de las estaciones con esa regularidad y orden, son un canto a la gloria de Dios y el alma que verdaderamente contempla estas cosas, está adorando a Dios. ¡Es Dios tan grande!

 

Adorémosle también en nuestra alma presente y en ese adorar a Dios practicamos, las más grandes virtudes: la virtud teologal de la fe, de la esperanza y de la caridad. Es practicar una virtud y un cúmulo de virtudes, pues al adorar, amamos y creemos, creemos y esperamos.

 

Yo sacerdote debo adorar con ilusión y contento a Dios. Alegrarme de que así de grande sea mi Dios. Y en todo lugar y en todo momento, sacudamos la rutina del vivir, para adorar a Dios, para esperar en los momentos en que no van bien las cosas.  

 

Pero donde una manera especial debe ser Dios adorado es en la Sagrada Eucaristía, porque aunque siempre es verdad aquello de San Pablo, que «en Dios vivimos, nos movemos y existimos», es más verdad todavía cuando estamos delante del Santísimo Sacramento, y ahí debemos adorar a un Dios que tan especialmente se da por nosotros. 

Venerémosle inclinados, adorémosle, que con esto hacemos una cosa muy grata a Dios nuestro Señor.

 

Con esto damos mucha gloria a Dios, que en cuanto a dar rico es, y bueno  también, y ya nos dará, pero si no nos diera, bastante es que nos dé capacidad para hacer actos de adoración, de fe, esperanza y caridad. 

 

Los amantes en el mundo se dicen: te amo, te adoro, pero no se pueden adorar. Nosotros en la adoración a Dios podemos amar con toda la intensidad de nuestra alma, con pleno esfuerzo, adoremos a Dios Uno y Trino. 

 

En la Comunión de hoy, cuando tengamos a Jesús en el pecho, hagamos este acto de adoración porque junto con Jesús está la Trinidad Beatísima.  

 

Y fiémonos de Dios, y vivamos más tranquilos más contentos, más pacíficos en las manos de Dios. 

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