Preso por Cristo

En el verano de 1936 estalla la guerra civil.

 

Don Doroteo,  pensando la posibilidad de ser detenido en aquellos días difíciles, se hace la siguiente tarjeta:

 

Juan Antonio Pérez Hidago.

Perito Electricista.

 

Pero la detención se produce en su propia casa, el 14 de abril de 1937.

 

Como cada día, salía a ejercer su mi­nisterio sacerdotal. En esa ocasión, con­fesó y dio la comu­nión a un muchacho y dos enfermeras en el hospital, luego a va­rias personas en un polígono. Al volver a casa, después de co­mer, hizo la hora santa y a las tres salió para visitar varias familias y confesar a unas treinta personas. Llegó a casa pasadas las nueve de la noche.

 -  ¡No suba! ¡No suba!

 Subió, y se en­contró con quienes bajaban a buscarle. Le apuntaron con la pistola y gritaron:

 -  ¡Entréguese!

 - ¡A eso subo!

 

Mientras, registraban muebles y ropas.

 D. Doroteo dijo:

 - Ustedes deténganme a mí. Pero ¿qué tienen que ver estas catorce personas?

 Accedieron a liberar tres de ellas. Uno sacó la pistola y apuntó al sacerdote; éste lo llevó a otra habitación para decirle:

 -  ¿Me quieren detener? ¡Pues vamos! ¿A qué esperan?

 

De camino a la comisaría, iba recomendando a cada uno lo que tenía que decir; la consigna era que todos le echaran a él la culpa.

Al llegar, lo trasladaron a un sótano sin luz donde permanecieron mezclados con otros delincuentes.

“El túnel” tenía 4,25 metros de largo por 1,80 de ancho, que burlando la vigilancia a que están sometidos los presos, convertían en capilla o en aula de cultura o en lo que haga falta para entretener provechosamente aquellas horas y días que se hacen interminables.

  

El comisario le preguntó cómo se llamaba y qué profesión tenía. D. Doroteo respondió:

-  Sacerdote.

-  ¿Y cuáles son sus ideas políticas?

-  Sacerdote.

 Fue abofeteado y respondió, acordándose de Cristo:

- Me honra usted demasiado porque a Jesucristo también le dieron una bofetada.

- ¿Usted es cura?

- Sí, señor.

- ¿Y usted dice misa?

- Sí, señor.

- ¿Y casaba?

- No se moleste; yo hacía todo lo que puede hacer un sacerdote.

- De manera que usted confesaba. ¿A quién?

- A todas las personas que me llamaban, pero ni como caballero ni como sacerdote, puedo decir una sola palabra.

 

Después de un largo interrogatorio, el comisario concluyó:

- Este tío o es un cínico, o es un chulo, o está loco.

Fue trasladado al sótano. Se puso a rezar el rosario paseando. Hacia las dos de la madrugada se oyó una voz:

- ¡Que salga D. Doroteo!

Tras interrogarle de nuevo, su sorpresa fue que no lo llevaron “al paseo” con el que él esperaba que llegara el martirio, sino de vuelta al sótano.

 

La estancia de D. Doroteo en la cárcel supera los cuatro meses: desde el 14 de Abril de 1937 hasta el 26 de agosto.

En alguna ocasión, D. Doroteo comenta la estancia en la prisión diciendo que todo lo que vio allí, le hizo pensar de nuevo, que “la mies es mucha y los obreros pocos”.

 

La experiencia de la cárcel marcó su vida, tanto es así que en el año 1978 decía:

Amad con locura vuestra vocación. Yo nunca he sido más feliz que cuando me dieron una paliza por ser sacerdote.

 

En este tiempo, va elaborando una síntesis de su espiritualidad y pensamiento para sus dirigidas espirituales. Allí redacta los primeros apuntes o esbozo de reglamento, aunque habrá de romperlo por temor a que se lo encontraran en algún registro.

Sigue rondándole la idea de “hacer algo” ante las muchas necesidades que encuentra a su alrededor, sobre todo viendo la escasez de  personas decididas a ser buenas de verdad.

 

Ciertamente, si no hubiéramos sido apresados, no hubiera existido el problema gigantesco de las prisiones  y tal vez la Cruzada Evangélica no existiría.

 

En la prisión, reza maitines y laudes, hace la meditación en medio de ruidos. Algún día logra celebrar la misa, incluso se arriesga a llevar la comunión a algunos presos. Aprovecha para estudiar francés. También es llevado a trabajar en la carretera de Corbán y en la del cementerio de Santander.

 

 

Desde la cárcel escribe:

 

            A cuántas almas traté en estos calamitosos tiempos, un saludo en Cristo y el deseo de su gracia, y a cuántas por nosotros se interesaron, mi más sincera gratitud.

 

            Con San Pablo, y como él por Cristo en la cárcel, abofeteado, va­puleado, tenido por loco, y milagrosamente sal­vado de la muerte, puedo deciros que sois objeto de mis pensa­mientos y que mis fatigas las ofrezco al Señor para que crezcáis en santi­dad.

 

            Estas líneas que os escribo con mala pluma y sin más mesa que mis rodillas que desde hace meses no han podido doblarse para adorar al Señor, van encaminadas a recordaros el deber en que estáis de vivir vida interior, vida de fe, vida santa, de seguir a Cristo ahora que tantos se avergüenzan de él, de vivir abandonadas a la voluntad de Cristo Es decir, recordaros lo que ya os había dicho muchas veces, pero sin la autoridad que da el padecer por Cristo.

 

            ¿Verdad que lo que hoy os diga os será más imborrable y os producirá mayor efecto y bien espiritual que cuantas cosas os dijera mejor pensadas en otros tiempos?

 

            Vivid vida interior, es decir, no os entreguéis a lo exterior de manera que quede vacío el espíritu, recordar que “solo una cosa es necesaria”, que deis al cuidado de lo material algún cuidado porque es un deber, pero no poniendo en ello todo el afán, no inquietándoos porque os falten muchas cosas, consoladas con que hay miles y miles de personas que abundan en todas privaciones. Llevar vida interior es frecuentemente, ojalá habitualmente, pensar en Cristo, tener un afecto para él, a él ofrecerle las obras y fatigas, vivir con él como se vive con un amigo; buscar a Jesús en todos nuestros actos; en su grado más perfecto es vivir solos con Jesús, aunque estemos rodeados de multitudes. El enemigo de esta vida es la disipación, con sus secuelas de impaciencias, orgullo y egoísmos. Evitar éstos es fomentar esa vida.

 

            La vida de fe hace mirar a Dios y a su Providencia en todo, ordenándolo todo, buscando en todo nuestro mejor bien. Es llevar a la práctica, es aplicar a los actos de cada día, de cada hora, de cada instante el Credo que nos enseña la influencia divina sobre todos los acontecimientos provenientes de las criaturas, de nuestro natural, o del modo de ser de nuestros prójimos. Ver en todas las cosas y acontecimientos a Dios. Esto es la vida de fe. Quien no lo ve así se inquieta por todo porque solo ve al modo de los que no usan de razón con los ojos de la carne. Veamos a Dios que ordena nuestra vida para que le sirvamos, no para servimos y que todos nos sirvan.

 

            Vida santa. “Haec est voluntas Dei, sanctificatio vestra”  “Esta es la voluntad de Dios, vuestra propia santi­ficación”. Podemos tener nosotros otra voluntad, vivir para alegramos, para darnos todas las posibles satisfacciones para dominar a los demás... Pero esta voluntad nuestra no será la de Dios que debe absorber la nuestra. Ser santos: he aquí el ideal. Que es no pecar en nada, que es buscar lo más perfecto en todo, que es adornarse de virtudes y desarraigar defectos, naturales y adquiridos. Nos falta mucho para ser santos, ¿pero lo deseamos de veras, eficazmente, con todas las consecuencias, sin distingos ni regateos? ¿O tal vez nos contentamos como supremo ideal con ser buenos con esa bondad corriente que tan poco diferencia nuestra vida de la vida de un ateo algo decente? No; hemos de serlo como lo eran los primeros cristianos, con la santidad que radica en la pureza e inocencia acrisolada del corazón, que edifica y atrae almas a Cristo, al revés de la corriente que tantas ha apartado de él y de nosotros. Precepto, ruego que os hago, y que deseo ser el primero en cumplir: "Non peccatis" "No pequéis". Vivid vida santa, con santidad positiva, de obras y virtudes, no de solas palabras, apariencias, o de solos deseos.

 

            Seguir a Cristo: En estas circuns­tancias es más me­ritorio. Pero sigá­mosle como él va, con cruz, corona de espinas, clavos, pasión, tal vez muerte; él lo dirá. San Pablo decía: "No me glorío de saber otra cosa que a Jesucristo ya este crucificado. Prefira­mos así seguir a Cristo, camino de la cruz, no camino del Tabor sino del Calvario, que en aquello hay egoísmo espiritual semejante al de San Pedro. En el seguirle como Juan, como la Magdalena, como la Santísima Virgen, al Calvario, no cabe sino amor abnegado, mortificado, crucificado en la misma cruz con Cristo En privado y en público, entre católicos y no católicos, cuando agrade o desagrade siempre y con todas las consecuencias sigamos a Cristo No nos avergoncemos de él, ni de su cruz, ni de su pobreza, ni de sus afrentas y escarnios. Todo esto por ser de él es de infinito valor.

 

            Propósitos: Huir de todo respeto humano y amar la cruz. Consolar a Cristo de tanto abandono y disimulo, de tanto pecado, aun de los buenos.

 

            Como consecuencia vivir abandonados a la voluntad de Cristo Renunciar a todo lo que envuelva propia voluntad. Vivir buscando lo que más agrade a él, aunque sea lo que más nos desagrade. Abandonarnos es entregarnos en cuerpo y alma a él, como hijos, como almas esposas, como siervos, como esclavos. Es costoso al principio, pero es suma­mente útil al alma. Hasta consolador. Seamos de Cristo sin re­serva alguna, propiedad suya sin regateo al­guno.

 

             Esta es la voluntad de Dios y este el ruego que os hago: Sed de Dios.

 

             No me com­padezcáis, envi­diadme. Solo siento no poder hacer nada por las almas, sino ofrecer mis pocas privaciones. A cambio de ellas me da el Señor una gran felicidad y más contento del merecido. Mis buenas hermanas son mi única preocupación. Por mi no se preocupen para nada. La Providencia me ha salvado y me salvará de todo mal.

 

            En Cristo os dejo, y a Cristo os encomiendo, y con Cristo os bendigo + deseándoos santidad.

 

Doroteo

 

 

El 26 de agosto termina esta etapa dirigiendo el canto de la Salve a la Virgen. Al salir de la cárcel, siente que se le han acentuado los deseos misioneros, y así se lo expone al obispo, D. José Eguino y Trecu, que le ruega que espere, si quiera, un año. Don Doroteo acoge con obediencia la decisión de su obispo.

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