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Corpus Christi

  • Punto 1º: ¿Por qué está aquí Jesucristo?
  • Punto 2º: ¿Qué hace el mundo con Jesucristo?
  • Punto 3º: ¿Qué hacemos nosotros con Jesucristo?

 

1º: ¿Por qué está aquí Jesucristo? No tengo necesidad de convenceros de que está aquí Jesucristo, realmente presente en la Hostia, lo creemos y, al menos de palabra, lo amamos. Sabemos, pues, que está, pero ¿por qué quiso quedarse? El Apóstol San Juan nos da la razón: “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin”. Está ahí porque nos amó con infinito amor, porque te ama. Los amantes de la tierra se dan fotografías, recuerdos, para que viéndolos se refresque la memoria del amado. Jesús nos dejó no un retrato, sino Él mismo.

 

2º: Jesús sabía que la tierra era un valle de lágrimas, que tendríamos males de alma y cuerpo. Cuando bajó a la tierra los remediaba. También ahora desde la Eucaristía, silenciosa, calladamente ¡cuántos prodigios realiza! Se quedó para ayudarnos, para hacernos más llevadero el destierro.

 

3º: Para que más fácilmente podamos adorar a Dios uniendo nuestras adoraciones a las suyas, ya que las nuestras son imperfectas y poco agradables a Dios. Para reparar los pecados de los hombres, viviendo inmolado místicamente. Sin embargo los hombres reparamos muy poco en este fin de la Eucaristía y es que generalmente cumplimos mal la obligación que tenemos de adorar a Dios, parecemos unos eternos mendigos cuya mano extendida no debe juntarse con la otra más que para seguir pidiendo. Jesús desde el Sagrario suple divinamente este egoísmo humano y adora por nosotros al Padre.

 

Ya hemos dado alguna razón de por qué Jesús quiso quedarse en todos los Sagrarios, ricos, suntuosos y amados. O pobres y olvidados. 

 

¿Por qué? ¿No os parece que debe tener alguna razón especial? Yo ya la he pensado. 

 

Punto 2º: Los hombres con Jesús ¿Qué hacen? ¿Cómo se portan? En tres palabras podría condensarse: olvido, ingratitud, ofensa.

 

Olvido: Dios está con nosotros y no le hacemos caso… Días y noches solo… No nos interesa… 

 

Ingratitud: ¡Cómo duele la ingratitud! Nosotros mismos nos quejamos: “Le hice tanto y ya no se acuerda”. También esto nos toca a nosotros ¡Cuánto tiempo empleamos en pedir al Señor! ¿Y en darle las gracias? Muchas veces no lo hacemos, otras, en una proporción ridícula en cuanto al tiempo que empleamos en pedir.

 

El mundo ¡qué ingrato con Jesús! ¡Qué pocas almas reconocidas a lo que nos hizo!

 

Ofensas: No sólo olvidos e ingratitud. ¡Cuántos pecados! ¡Qué pocos Sagrarios habrá en el mundo en que no haya habido Comuniones sacrílegas, ante el cual no se hayan tenido pensamientos poco dignos del Señor que estaba presente! Y pecados hasta de almas que le estaban consagradas. 

 

Punto 3º: ¿Y nosotros con  Jesús? No me cabe duda de que os pide más. 

 

Ved hoy tanto amor como nos mostró, escogiéndonos, qué tenéis que enmendar. Hablad de corazón a corazón y escuchad qué es lo que quiere de vosotros.

 

Corpus de 1942

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